Los ojos son instrumento de revelación y de comunicación al mismo tiempo. Se abren hacia el interior, revelan la interioridad, la identidad auténtica de la persona. Son la ventana del alma, la lámpara del cuerpo (Mt 6,22), la epifanía del corazón. Mirar a los ojos de una persona es como estar ante un océano inmenso y profundo, es entrar con delicadeza en un santuario misterioso y fascinante. Los ojos también se abren hacia el exterior, acogen, acortan la distancia, establecen contacto, crean relación, tratan de abrazar totalmente a la persona con el corazón. La mirada es puente de intimidad, de afecto silencioso, de comunicación intuitiva, de emanación de luz, de comprensión de la persona. La amistad se establece y determina a través de los ojos. Así fue la mirada de Dios hacia todas las cosas que creó: «Y vió que todas las cosas que había hecho eran buenas» (Gn 1,4.10.12.31); Así fue también la mirada de Jesús en su encuentro con aquel joven que tenía deseos de vida eterna. Jesús «fijando su mirada en él, lo amó» (Mc 10,17).